domingo, 11 de marzo de 2012

Allá las furias

No sabés vos y mejor que vos no sepas. No sabes lo que es revolver en la muerte cuando morir está en gerundio. Cuando hay gritos y agonía. Cuando lo que duele no es el pecho, son los huesos.
Tampoco conoces a esa locura a la que sólo le queda la crueldad.
No conoces todo ese mundo tapado de paja. Y mejor. Y que Dios o quien quiera que sea o pueda te prive entero de estar tapado de ahogo. Que te priven del dolor de ver que no apagaron el fuego las manos llenas de tinta.
Ojalá que no necesites descarnarte para quitarte un dolor que hierve. Que no seas el que tiene que abrirse las carnes para que otro le muestre los huesos.
Que te ahorren los mil grados de ira. Que nadie te haga desatar las furias. Porque sino vas a salvarte, porque sino vas a estar seguro.

sábado, 25 de febrero de 2012


Te invito a ver la vida de otros en fotos. Te invito a que te la pases comparando tus miserias con miserias aun más grandes. Te regalo un pasaje a la ventana que te muestra cómo el mundo se hace mundo. Te regalo un pasaje al olvido, a la ignorancia rotunda. Te doy eso que yo ya no puedo tener. Te dejo arriba del televisor un papel, un control. Te doy la posibilidad del disparo. Te dejo el pasaje que va desde la nada a la nada mayor, porque se que existen matices de nadas en tu cabecita. Te doy la credencial de Boludo Irresponsable, pero feliz. Te dejo arriba de la mesa tres botones para que te abroches a la moda, para que puedas ser un mejor engranaje, para que cada día seas un poquito más funcional al sistema. También te doy, te dejo, sobre el escritorio, al lado de la computadora, una carta que dice que sos una buena persona y que el mundo es sólo lo que ves, no quiero que además sientas culpa. Te invito a que si querés te sumerjas en el presente; te acerco de la mano al abismo de una psicosis colectiva, te alejo de la mierda que tirás y juego un rato con vos a ver cómo podemos colaborar para hacer de este lugar un lugar peor. 

miércoles, 22 de febrero de 2012

20

En mi peor estado anímico me toca explicarle a un alumno los recursos poéticos. En su libro me da un poema de Neruda, el 20. Le cuento que es el anteúltimo poema del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Mi alumno lo empieza a leer y cuando lo termina me pregunta si Neruda sufría por amor.

-: A esos tipos el sufrimiento les hacía picar los huesos.
-: ¿Eso es una metáfora?
-: No.


El poder del cuerpo y del dolor (última parte)


La guerra, Bataille y la violencia permitida.

Un último francés: Bataille, y con él pensar en la guerra como la violencia permitida, porque dentro de este sistema que castiga por “abstracto” y que siente aberración por la violencia física, siempre con la ley presente y el mandamiento “no matarás” a cuestas, existe una violencia legítima[1]: la guerra. Bataille plantea que para llegar a la guerra moderna hubo que pasar por lo que él denomina la guerra primitiva. En ésta, el uso de la violencia tenía un fin casi de ritual, cosa que se perdió por completo en la moderna: “la guerra primitiva es una exuberancia agresiva, y mantiene la largueza de esa exuberancia.” [2]. Por contraste la guerra moderna ha perdido eso, ahora es sólo el desarrollo ilimitado de todo tipo de manifestación de violencia. Las armas nucleares o el cambio radical del concepto de campo de batalla son ejemplos de esto [3]. “La guerra moderna (…) es la más triste aberración, y lo que en ella se ventila es de orden político. La misma guerra primitiva es poco defendible; ya desde el comienzo anunciaba, en sus desarrollos inevitables, la guerra moderna.” [4].
            Entonces se puede pensar a modo de conclusión que la violencia al igual que el poder, la ejercemos todos, en mayor o menor medida. Existe una universalidad de la violencia en tanto y en cuanto existan relaciones humanas. Es el humano el agente comun (multiplicador común múltiplo) de su mundo y sus consecuencias. Humano, demasido humano, en cuya condición convive latente el poder de ejercer violencia. El problema parte y partirá del grado de violencia. No será para nosostros igual el grado de violencia que puede tener un insulto (y acá podríamos meter agravantes) que la que puede ejercer una condena a prisión (con o sin atenuantes).
Como se mencionó al comienzo, la violencia se institucionaliza y se burocratiza en un sistema anónimo e incorporal en el que las leyes las delimitan los que poseen el saber, que además son “buenos” y quieren enderezar a los “malos”. Saber y poder es una relación tensionante que se estableció siempre. Sin embargo, en la época del capitalismo se desarrolla de una forma más compleja, abstracta y aparentemente más “correcta”. El individuo obedece a su superior confiando en el lema que dice que el saber abre fronteras. Esto, sin tener en cuenta que las fronteras se abren sólo para unos pocos cerrándose para muchos otros. La lucha entre los buenos y los malvados se combate con las espadas de la ley y el silencio de la entidad capitalista, pensando que es mejor lavar los trapos sucios adentro. Pero hay que recordar que la bondad nunca es norma, sino acto y que es posible salir de la violencia, ejecutando actos libertarios –aunque para nosotros sea necesario pasar por encima de ciertos estamentos, violentamente.

Notas:

[1] De todos modos, la violencia ejercida en las penitenciarías o en los hospitales, también es legítima, sólo que la guerra es el desarrollo de la violencia por excelencia.
[2] Bataille, Georges, “Matar, cazar, hacer la guerra” en El erotismo, España, Tusquets, 1997, Pág. 81.
[3] El concepto de campo de batalla ha cambiado. Hiroshima y Nagasaki tal vez funcionen como ejemplo de esto.
[4] Bataille, Georges, Ob.Cit., Pág. 85.

El poder del cuerpo y del dolor. (Parte II)


El castigo del Cuerpo. Foucault.

Vigilar y castigar, la historia del castigo. Un momento importante atraviesa esta historia: la desaparición del espectáculo punitivo. Una función didáctica que resultó fallida y sospechosa [1]. El castigo deja de ser teatro para volverse algo más secreto. Desmenuzar como a un atún a un hombre resulta no sólo asqueroso sino inmoral. La condena es la que pasa a ocupar el centro de la cuestión y la que alivia el escándalo. La ejecución se vuelve vergonzosa. Hay que taparla.
Se abre un debate que empieza a pensar si es realmente válido utilizar la pena de muerte. El concepto de verdad pasa a ser crucial. ¿Quiñen juzga, castiga y perdona? Por su parte, la violencia deja de pasar por el castigo sobre el cuerpo mismo del condenado. “El castigo tenderá, entonces, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal.” [2]. Este ocultamiento del castigo, este castigar a puertas cerradas, trae consigo un conjunto de problemas. Foucault resalta que este abandono del dominio de la percepción casi cotidiana del castigo implica pasar al dominio de lo abstracto. El sistema penal y burocrático basa su mecánica ejemplar en la eficacia de que el individuo será castigado sin la necesidad de que veamos su suplicio. El preso entra en un sector autónomo del que se encarga el aparato legal. Lo poco glorioso del castigo en público se resuelve generando un castigo que funcione dentro de una conciencia abstracta y alejada. Este sistema burocrático, también fue pensado por De Certeau (otro Michel): “Es el <<reino de lo anónimo>>, una <<tiranía sin tiranos>>: el régimen burocrático. Este sistema de alienación universal reemplaza a los responsables por los beneficiarios y a los sujetos por los explotados.” [3]. De Certeau piensa en este nuevo sistema en el que el sujeto se ve perdido en un universo kafkiano en el que el amo y dueño tira la piedra y esconde la mano. Pero cuidado! porque “los amos ocultan su violencia en un sistema universal y obligatorio.” [4]. Este sistema, que en su obligatoriedad y “universalidad” posee violencia. “Existe la violencia que reside en toda obligación del individuo para con la sociedad. Por eso es justo decir que hay una violencia de la ley, de las leyes, una violencia de las policías, del Estado, del derecho (…) sufrir la obligación de una norma puede ser sentido como un enfrentamiento con la violencia.” [5], bien lo dijo Barthes.
            El paso del castigo público al castigo a puertas cerradas tiene su consecuencia. Se cambia el objeto directo de “castigar”, antes era el cuerpo, ahora es el alma. Lo abstracto también aparece en la concepción de qué es lo que se debe castigar o cómo. Fue la aparición de un grupo de saberes la que posibilitó el desarrollo pleno de este mecanismo. Foucault pone en escena a los psicólogos y psiquiatras que trabajan con el discurso del loco [6] y del criminal. Son ellos quienes poseen el saber habilitado para determinar si la persona a castigar tiene cura o no la tiene, y de tenerla cómo hacer para reinsertarla en el sistema otra vez. Ortopedistas morales diría Foucault.
El saber empieza a jugar un papel importante para castigar el alma, para hacer funcionar una lógica de penalidad incorporal. “Los jueces, poco a poco, pero en un proceso que se remonta muy lejos, se han puesto a juzgar otra cosa distinta que los delitos: el ‘alma’ de los delincuentes.”[7]  De todos modos el poder no se limita a prohibir. El poder es también un campo de positividades ya que, donde hay poder hay resistencia. El poder es algo que está entre todos y no se posee, sino que se ejerce para hacer el bien o el mal a otros, como dijo Nietzsche; funciona dentro de un sistema del cual es quizás el combustible, ya que permite el desarrollo de las jerarquías y de los estatutos de poder clásicos como la escuela, las academias, los hospitales y claro, las penitenciarias en las que se ejerce el poder del castigo [8]. “Existe la violencia que concierne a los cuerpos de los individuos: consiste en limitar la libertad de ese cuerpo y se la podría llamar violencia carcelaria, o bien violencia sangrienta, la de las heridas, asesinatos, atentados.” [9], aun eliminando el espectáculo punitivo y quitando del ojo del problema el castigo corporal: ¿Existe castigo que no remita directa o indirectamente al cuerpo? ¿Cómo podemos pensar que el encierro no afecta al cuerpo? La verdadera pregunta sería, en fin: ¿Existe castigo sin dolor? “La violencia toca nuestro cuerpo” [10]. Resulta entonces imposible huir de ella, que, como una mancha de aceite, se expande. “Si uno quiere desprenderse de la violencia hay que tener un pensamiento de ausencia de poder (…) Si uno está contra la violencia, hay que llegar a tener una ética, firme en sí misma, fuera del poder, y no ponerse en situación de participar del poder.” [11]. El “universalismo anónimo de la ciudad, de la cultura, del trabajo o del saber.” [12] ocupa, para De Certau, un rol importante en el desarrollo de la violencia, ya que desarrolla la imposibilidad de producir la alteridad, de presentarse como diferente. A esto la solución que él propone es la lucha, la lucha como ejercicio de la violencia para dar con un fin positivo. “Lo que es cierto es que la violencia indica un cambio necesario (…) sólo una lucha puede hacerse cargo de lo que la violencia se contenta con significar y de lograr un trabajo articulado sobre sus fuerzas.” [13]. Algo a lo que, probablemente, Barthes respondería: “¿Cómo limitar la violencia sino mediante otra violencia?” [14].


Notas

[1] También es importante resaltar que el autor destaca como cambio en la experiencia punitiva el paso de la tortura como espectáculo didáctico al uso de la guillotina en la Revolución Francesa, cuyo objetivo era quitar la vida tratando de eliminar de este hecho la sensación de goce. Esto a su vez tiene relación con la propuesta básica de la Revolución, que implicaba desterrar todo sistema monárquico y todo aquello que tuviera que ver con él.
[2] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, Pág. 18.
[3] De Certeau, Michel, “El lenguaje de la violencia” en La cultura en plural, Nueva Visión, Buenos Aires, 1994, Pág. 75.
[4] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 74.
[5] Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág.2 Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág. 262.
[6] Cf. Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquets, Argentina, 2008.
[7] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Pág. 28.
[8] Lo cual no quiere decir de ninguna manera que en los otros estatutos no se ejerzan el poder del castigo. Desde el jardín de infantes, cuando se castiga a un niño mandándolo solo al rincón, hasta la violenta internación psiquiátrica de un paciente descompensado, pasando por todos los lugares en los que haya relaciones entre personas, siempre habrá poder y siempre estará el acto del castigo o su potencial. Sin embargo optamos por pensar que el servicio penitenciario es el ejemplo más explícito de esto.
[9] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 262.
[10] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.
[11] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 263.
[12] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 76.
[13] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 78.
[14] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.

El poder del cuerpo y del dolor.



¿A quién llamás malo?

“Cuando hacemos bien o mal a otros, ejercemos sobre ellos nuestro poder, sin desear otra cosa. Haciéndoles mal, lo ejercemos sobre aquellos a quienes necesitamos antes que nada hacérselo experimentar; para este fin; el dolor es un medio mucho más sensible que el placer, pues el dolor pregunta siempre las razones, mientras que el placer se inclina a no considerarse más que a sí mismo sin mirar más allá”. [1]

    Quiero pensar en el sustantivo violencia. Ese que de tan amplio desprende miles de aristas. Quiero ejercer la violencia de recortar las apreciaciones sobre ella. Desparramar la palabra violencia en cualquiera de sus posibilidades. Elijo sólo algunas, arbitrariamente no, las elijo porque me son útiles. Porque desconozco muchas y desprecio otras.
    Empiezo por donde violentamente quiero y encuentro el origen de la violencia en la distinción entre buenos y malos. Pienso, los buenos no son violentos porque sino pasarían a ser malos. Qué es ser bueno es algo que ha ido mutando. Hay características del malo que aun se mantienen.
Los buenos han sido maestros de los malos. Les han podido marcar con rojo la hoja y condenarlos al Infierno. Les han mostrado por dónde había que caminar.
El bueno puede castigar. Es aquel que puede, puesto que su bondad lo habilita, marcar la línea divisoria entre lo aceptable, lo perdonable y lo que es meritorio de un castigo. “El bueno es juez de sí mismo, y se siente mejor cuanto más grande es la hostilidad que le rodea; sabe que cada gesto suyo es un reproche a los que no podrían imitarle.”
Buenos estableciendo malvados, así, en gerundio. Encontrando enemigos, castigando cuerpos pecadores. Almas completas que pudieron establecer las características necesarias de la maldad. Cuerpos limpios que pudieron ver las manchas del cuerpo mugriento.
Es que el mundo se hace con paja y con trigo, con trigo y paja.
Es cierto que se han establecido normas, a lo largo de la historia, que fueron permitiendo diferenciar de forma cada vez más nítida al cuerpo condenado, pero también es cierto que esa nitidez ha estado sujeta a las necesidades de su época. Estirar el cuerpo de un criminal con la rueda era un espectáculo que reunía a mucha gente en las plazas de la monarquía francesa, pero que tres siglos después resultó imposible de ver en público. En vivo.
La violencia como herramienta de corrección y castigo sigue vigente. Declarar cadena perpetua a un asesino es violento, como así también es violento quitarle la vida a un hombre. Dos violencias distintas, claro.
Existen violencias permitidas y avaladas que sirven para ajusticiar el cuerpo. Donde hay castigo hay cuerpo, pero antes hay diferenciación. Un discurso. No se castiga a un hombre bueno, se castiga a quien se considera malo. Tal vez hoy, pensar la idea de maldad sea un poco exagerada. Podrán decir que un criminal no tiene que ser necesariamente malvado. Estarán en lo cierto. Sin embargo se le aplicará un castigo y ciertas características necesarias para justificar ese castigo. Tres siglos atrás se le hubiese cortado la mano si con ella hubiese tomado algo que no era suyo. Hoy esa cuestión se soluciona en el sistema judicial. Puertas adentro.
¿Existe un origen utilitario del adjetivo “bueno” tal como lo pensó Spencer?
No hay buenos sin malos. Como en cualquier sistema el valor de cada uno se ajusta por el valor del otro. Establecer reglas para que el juego del castigo comience es necesario. Es completamente necesario dividir a sus jugadores. Algunos estarán destinados a perder para que otros puedan ganar. Y no importa quién realmente sea noble, sea bueno. Los ejemplos de los santos, tal como lo pedía Ingenieros, suelen caer ante los sutiles razonamientos de los sofistas.
Quienes ganan no pueden ser malos. Aunque sólo tengan de buenos una máscara, un adjetivo. La verdadera nobleza no pide nada a cambio. No exige diferencia. No le teme a la mezcla ni goza con la existencia de la maldad. Pero eso no importa. Para castigar hay que dividir. Bueno y malo. Dotar de características a ambos y punto final.
           Para repasar la violencia, entonces, hay que reparar en aquellos que pensaron y establecieron las reglas que delimitaron lo que estaba bien y lo que no lo estaba. Y con esto no sólo partir hacia la historia de la hostilidad sino también a la de la discriminación.

Notas:

[1] Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Gráfico, Buenos Aires, 2004, Pág. 33.
[2] Ingenieros, José, Las fuerzas morales, Losada, Buenos Aires, 1993, Pág. 70.

Dios salve al enemigo.



“Quiero que los maten a todos. Que tiren una bomba como en Nagasaki y que los pobres vuelen en el aire como los japoneses. Eso quiero. Muy buena la radio.” Cacho de Olavarría

            Es que una solución fácil, un deseo primitivo, es la eliminación de la pobreza con el aniquilamiento de su rostro más visible: el pobre. Un deseo que muestra que ese, aquel, es un enemigo identificado y que hay que aniquilarlo. La construcción del enemigo es un lugar que tranquiliza, que resuelve el problema, disuelve las diferencias y elimina las contradicciones posibles. Identifico el problema, construyo el enemigo, mato al enemigo, soluciono el problema. Lástima que la lógica o el sistema formal a veces poco tenga que ver con las cuestiones del mundo.
            Pero si resolvemos mirar al otro como un par y no como a un enemigo el problema se complejiza a nivel exponencial. Es que cuesta ver al que identificamos como diferente como un igual. Cuesta y tal vez ahí esté el verdadero problema, sólo que ahí no puede ponerse una bomba. No puede hacerse volar los prejuicios con una bomba. Qué lástima.
            La construcción del otro como enemigo, como enemigo a exterminar, es una historia de siempre. Historia en la que mueren inocentes, obvio, pero en la que se callan ideas o conceptos fuertes. El que muere es un muerto, un cuerpo. Una persona que queda anulada en su condición de vida y pasa a ser una víctima. Se puede rescatar su edad, agregar que era buena persona, tal vez sumarle los hijos. Ahora, qué hay detrás, a pocas cabezas le importa.
            Pobreza. El pobre. No tener plata, no tener trabajo es conclusión de no querer tener. Primera mentira gigante. Y en esa mentira construida para no ver, no se ve la complejidad de un sistema desigual, la violencia de las diferencias. En ese precepto base se mete el concepto preferido por los medios de comunicación: la Inseguridad. Inseguridad es no estar seguro. Estar seguro implicaría no tener miedo, estar tranquilo. El miedo que trae la palabra inseguridad es el robo y la muerte. Tengo miedo de que me maten, de que me roben lo que conseguí trabajando. Que un pibito me saque el Peugeot 206 que me compré con la guita que ahorré con años de trabajo. A eso le tengo miedo, a que lo siniestro aflore. A que ese enemigo agazapado en las villas de emergencias me quite lo mío, lo que es mío. No le tengo miedo a que los demás, yo incluido, le hayan quitado los derechos, hayan violado su inserción a la educación, le hayan vedado la posibilidad de laburar y que encima lo hayan rotulado como delincuente. No, a eso no le tengo miedo. Le tengo miedo a las medidas sociales que quieren incluir a esos pibes en la misma sociedad de la que yo, ¡yo!, formo parte. Le tengo miedo a que las diferencias se borren, porque me gusta distinguir la paja del trigo. ¿Qué voy a hacer si me quitan al enemigo? ¿Qué vamos a hacer si le dan enter a la máquina que pone en funcionamiento la mezcla? Quiero ser diferente y para eso ser indiferente. No, no podemos vernos como iguales.
            Dios no salva al enemigo, al enemigo lo salvan los hombres. Al enemigo lo construyen los hombres. Lo arman y le dan la forma de lo siniestro, lo que no quieren ver pero aflora. Surge. Y ese enemigo, esos enemigos, son personas, hombres, mujeres, chicos, que luchan con sus formas por salir de ese maldito lugar. Y a veces agarran armas y descargan la violencia que durante años les cargaron encima. La violencia que ven a diario, que sufren a diario. Grande y pequeña. La mirada que rechaza, la palabra que juzga y condena. A veces cargan un fierro y lo vacían. Y eso que parece un horror, un robo seguido de muerte, es algo complejo. Una maraña de alambre de púa que nadie quiere animarse a desenredar.
            Y a ese enemigo lo veo a diario. Veo cómo es bien identificado en los asesinatos. En los secuestros. En el Parque Indoamericano. Lo encontramos en una tonada, en el color de la piel, en el apellido, en el partido político, en el oficio. Lo identificamos constantemente y en todo lugar. Lo identificamos y nos salvamos mágicamente de las contradicciones que nos pueda causar. Segregar es una mala siembra y uno cosecha, siempre cosecha lo que siembra.
            Pensar en el mundo como en un silogismo es algo que nos ha resguardado a muchos burgueses y oligarcas en nuestras casas con nuestros sillones cómodos, pero que ha causado -y seguramente seguirá causando- mucha tristeza y mucha violencia