¿A
quién llamás malo?
“Cuando hacemos bien o mal a otros, ejercemos sobre ellos nuestro poder,
sin desear otra cosa. Haciéndoles mal, lo ejercemos sobre aquellos a quienes
necesitamos antes que nada hacérselo experimentar; para este fin; el dolor es
un medio mucho más sensible que el placer, pues el dolor pregunta siempre las
razones, mientras que el placer se inclina a no considerarse más que a sí mismo
sin mirar más allá”. [1]
Quiero
pensar en el sustantivo violencia. Ese que de tan amplio desprende miles de
aristas. Quiero ejercer la violencia de recortar las apreciaciones sobre ella.
Desparramar la palabra violencia en cualquiera de sus posibilidades. Elijo sólo
algunas, arbitrariamente no, las elijo porque me son útiles. Porque desconozco
muchas y desprecio otras.
Empiezo
por donde violentamente quiero y encuentro el origen de la violencia en la
distinción entre buenos y malos. Pienso, los buenos no son violentos porque
sino pasarían a ser malos. Qué es ser bueno es algo que ha ido mutando. Hay características
del malo que aun se mantienen.
Los buenos han sido maestros de los malos.
Les han podido marcar con rojo la hoja y condenarlos al Infierno. Les han
mostrado por dónde había que caminar.
El bueno puede castigar. Es aquel que
puede, puesto que su bondad lo habilita, marcar la línea divisoria entre lo
aceptable, lo perdonable y lo que es meritorio de un castigo. “El bueno es juez
de sí mismo, y se siente mejor cuanto más grande es la hostilidad que le rodea;
sabe que cada gesto suyo es un reproche a los que no podrían imitarle.”
Buenos estableciendo malvados, así, en
gerundio. Encontrando enemigos, castigando cuerpos pecadores. Almas completas
que pudieron establecer las características necesarias de la maldad. Cuerpos
limpios que pudieron ver las manchas del cuerpo mugriento.
Es que el mundo se hace con paja y con trigo,
con trigo y paja.
Es cierto que se han establecido normas, a
lo largo de la historia, que fueron permitiendo diferenciar de forma cada vez
más nítida al cuerpo condenado, pero también es cierto que esa nitidez ha
estado sujeta a las necesidades de su época. Estirar el cuerpo de un criminal
con la rueda era un espectáculo que reunía a mucha gente en las plazas de la
monarquía francesa, pero que tres siglos después resultó imposible de ver en
público. En vivo.
La violencia como herramienta de
corrección y castigo sigue vigente. Declarar cadena perpetua a un asesino es
violento, como así también es violento quitarle la vida a un hombre. Dos violencias
distintas, claro.
Existen violencias permitidas y avaladas
que sirven para ajusticiar el cuerpo. Donde hay castigo hay cuerpo, pero antes
hay diferenciación. Un discurso. No se castiga a un hombre bueno, se castiga a
quien se considera malo. Tal vez hoy, pensar la idea de maldad sea un poco
exagerada. Podrán decir que un criminal no tiene que ser necesariamente
malvado. Estarán en lo cierto. Sin embargo se le aplicará un castigo y ciertas
características necesarias para justificar ese castigo. Tres siglos atrás se le
hubiese cortado la mano si con ella hubiese tomado algo que no era suyo. Hoy
esa cuestión se soluciona en el sistema judicial. Puertas adentro.
¿Existe un origen utilitario del adjetivo
“bueno” tal como lo pensó Spencer?
No hay buenos sin malos. Como en cualquier
sistema el valor de cada uno se ajusta por el valor del otro. Establecer reglas
para que el juego del castigo comience es necesario. Es completamente necesario
dividir a sus jugadores. Algunos estarán destinados a perder para que otros
puedan ganar. Y no importa quién realmente sea noble, sea bueno. Los ejemplos
de los santos, tal como lo pedía Ingenieros, suelen caer ante los sutiles
razonamientos de los sofistas.
Quienes ganan no pueden ser malos. Aunque
sólo tengan de buenos una máscara, un adjetivo. La verdadera nobleza no pide
nada a cambio. No exige diferencia. No le teme a la mezcla ni goza con la
existencia de la maldad. Pero eso no importa. Para castigar hay que dividir.
Bueno y malo. Dotar de características a ambos y punto final.
Para
repasar la violencia, entonces, hay que reparar en aquellos que pensaron y
establecieron las reglas que delimitaron lo que estaba bien y lo que no lo
estaba. Y con esto no sólo partir hacia la historia de la hostilidad sino también
a la de la discriminación.
Notas:
[1] Nietzsche, Friedrich, La
gaya ciencia, Gráfico, Buenos Aires, 2004, Pág. 33.
[2]
Ingenieros, José, Las fuerzas morales, Losada,
Buenos Aires, 1993, Pág. 70.
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