miércoles, 22 de febrero de 2012

El poder del cuerpo y del dolor (última parte)


La guerra, Bataille y la violencia permitida.

Un último francés: Bataille, y con él pensar en la guerra como la violencia permitida, porque dentro de este sistema que castiga por “abstracto” y que siente aberración por la violencia física, siempre con la ley presente y el mandamiento “no matarás” a cuestas, existe una violencia legítima[1]: la guerra. Bataille plantea que para llegar a la guerra moderna hubo que pasar por lo que él denomina la guerra primitiva. En ésta, el uso de la violencia tenía un fin casi de ritual, cosa que se perdió por completo en la moderna: “la guerra primitiva es una exuberancia agresiva, y mantiene la largueza de esa exuberancia.” [2]. Por contraste la guerra moderna ha perdido eso, ahora es sólo el desarrollo ilimitado de todo tipo de manifestación de violencia. Las armas nucleares o el cambio radical del concepto de campo de batalla son ejemplos de esto [3]. “La guerra moderna (…) es la más triste aberración, y lo que en ella se ventila es de orden político. La misma guerra primitiva es poco defendible; ya desde el comienzo anunciaba, en sus desarrollos inevitables, la guerra moderna.” [4].
            Entonces se puede pensar a modo de conclusión que la violencia al igual que el poder, la ejercemos todos, en mayor o menor medida. Existe una universalidad de la violencia en tanto y en cuanto existan relaciones humanas. Es el humano el agente comun (multiplicador común múltiplo) de su mundo y sus consecuencias. Humano, demasido humano, en cuya condición convive latente el poder de ejercer violencia. El problema parte y partirá del grado de violencia. No será para nosostros igual el grado de violencia que puede tener un insulto (y acá podríamos meter agravantes) que la que puede ejercer una condena a prisión (con o sin atenuantes).
Como se mencionó al comienzo, la violencia se institucionaliza y se burocratiza en un sistema anónimo e incorporal en el que las leyes las delimitan los que poseen el saber, que además son “buenos” y quieren enderezar a los “malos”. Saber y poder es una relación tensionante que se estableció siempre. Sin embargo, en la época del capitalismo se desarrolla de una forma más compleja, abstracta y aparentemente más “correcta”. El individuo obedece a su superior confiando en el lema que dice que el saber abre fronteras. Esto, sin tener en cuenta que las fronteras se abren sólo para unos pocos cerrándose para muchos otros. La lucha entre los buenos y los malvados se combate con las espadas de la ley y el silencio de la entidad capitalista, pensando que es mejor lavar los trapos sucios adentro. Pero hay que recordar que la bondad nunca es norma, sino acto y que es posible salir de la violencia, ejecutando actos libertarios –aunque para nosotros sea necesario pasar por encima de ciertos estamentos, violentamente.

Notas:

[1] De todos modos, la violencia ejercida en las penitenciarías o en los hospitales, también es legítima, sólo que la guerra es el desarrollo de la violencia por excelencia.
[2] Bataille, Georges, “Matar, cazar, hacer la guerra” en El erotismo, España, Tusquets, 1997, Pág. 81.
[3] El concepto de campo de batalla ha cambiado. Hiroshima y Nagasaki tal vez funcionen como ejemplo de esto.
[4] Bataille, Georges, Ob.Cit., Pág. 85.

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