domingo, 11 de marzo de 2012

Allá las furias

No sabés vos y mejor que vos no sepas. No sabes lo que es revolver en la muerte cuando morir está en gerundio. Cuando hay gritos y agonía. Cuando lo que duele no es el pecho, son los huesos.
Tampoco conoces a esa locura a la que sólo le queda la crueldad.
No conoces todo ese mundo tapado de paja. Y mejor. Y que Dios o quien quiera que sea o pueda te prive entero de estar tapado de ahogo. Que te priven del dolor de ver que no apagaron el fuego las manos llenas de tinta.
Ojalá que no necesites descarnarte para quitarte un dolor que hierve. Que no seas el que tiene que abrirse las carnes para que otro le muestre los huesos.
Que te ahorren los mil grados de ira. Que nadie te haga desatar las furias. Porque sino vas a salvarte, porque sino vas a estar seguro.

sábado, 25 de febrero de 2012


Te invito a ver la vida de otros en fotos. Te invito a que te la pases comparando tus miserias con miserias aun más grandes. Te regalo un pasaje a la ventana que te muestra cómo el mundo se hace mundo. Te regalo un pasaje al olvido, a la ignorancia rotunda. Te doy eso que yo ya no puedo tener. Te dejo arriba del televisor un papel, un control. Te doy la posibilidad del disparo. Te dejo el pasaje que va desde la nada a la nada mayor, porque se que existen matices de nadas en tu cabecita. Te doy la credencial de Boludo Irresponsable, pero feliz. Te dejo arriba de la mesa tres botones para que te abroches a la moda, para que puedas ser un mejor engranaje, para que cada día seas un poquito más funcional al sistema. También te doy, te dejo, sobre el escritorio, al lado de la computadora, una carta que dice que sos una buena persona y que el mundo es sólo lo que ves, no quiero que además sientas culpa. Te invito a que si querés te sumerjas en el presente; te acerco de la mano al abismo de una psicosis colectiva, te alejo de la mierda que tirás y juego un rato con vos a ver cómo podemos colaborar para hacer de este lugar un lugar peor. 

miércoles, 22 de febrero de 2012

20

En mi peor estado anímico me toca explicarle a un alumno los recursos poéticos. En su libro me da un poema de Neruda, el 20. Le cuento que es el anteúltimo poema del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Mi alumno lo empieza a leer y cuando lo termina me pregunta si Neruda sufría por amor.

-: A esos tipos el sufrimiento les hacía picar los huesos.
-: ¿Eso es una metáfora?
-: No.


El poder del cuerpo y del dolor (última parte)


La guerra, Bataille y la violencia permitida.

Un último francés: Bataille, y con él pensar en la guerra como la violencia permitida, porque dentro de este sistema que castiga por “abstracto” y que siente aberración por la violencia física, siempre con la ley presente y el mandamiento “no matarás” a cuestas, existe una violencia legítima[1]: la guerra. Bataille plantea que para llegar a la guerra moderna hubo que pasar por lo que él denomina la guerra primitiva. En ésta, el uso de la violencia tenía un fin casi de ritual, cosa que se perdió por completo en la moderna: “la guerra primitiva es una exuberancia agresiva, y mantiene la largueza de esa exuberancia.” [2]. Por contraste la guerra moderna ha perdido eso, ahora es sólo el desarrollo ilimitado de todo tipo de manifestación de violencia. Las armas nucleares o el cambio radical del concepto de campo de batalla son ejemplos de esto [3]. “La guerra moderna (…) es la más triste aberración, y lo que en ella se ventila es de orden político. La misma guerra primitiva es poco defendible; ya desde el comienzo anunciaba, en sus desarrollos inevitables, la guerra moderna.” [4].
            Entonces se puede pensar a modo de conclusión que la violencia al igual que el poder, la ejercemos todos, en mayor o menor medida. Existe una universalidad de la violencia en tanto y en cuanto existan relaciones humanas. Es el humano el agente comun (multiplicador común múltiplo) de su mundo y sus consecuencias. Humano, demasido humano, en cuya condición convive latente el poder de ejercer violencia. El problema parte y partirá del grado de violencia. No será para nosostros igual el grado de violencia que puede tener un insulto (y acá podríamos meter agravantes) que la que puede ejercer una condena a prisión (con o sin atenuantes).
Como se mencionó al comienzo, la violencia se institucionaliza y se burocratiza en un sistema anónimo e incorporal en el que las leyes las delimitan los que poseen el saber, que además son “buenos” y quieren enderezar a los “malos”. Saber y poder es una relación tensionante que se estableció siempre. Sin embargo, en la época del capitalismo se desarrolla de una forma más compleja, abstracta y aparentemente más “correcta”. El individuo obedece a su superior confiando en el lema que dice que el saber abre fronteras. Esto, sin tener en cuenta que las fronteras se abren sólo para unos pocos cerrándose para muchos otros. La lucha entre los buenos y los malvados se combate con las espadas de la ley y el silencio de la entidad capitalista, pensando que es mejor lavar los trapos sucios adentro. Pero hay que recordar que la bondad nunca es norma, sino acto y que es posible salir de la violencia, ejecutando actos libertarios –aunque para nosotros sea necesario pasar por encima de ciertos estamentos, violentamente.

Notas:

[1] De todos modos, la violencia ejercida en las penitenciarías o en los hospitales, también es legítima, sólo que la guerra es el desarrollo de la violencia por excelencia.
[2] Bataille, Georges, “Matar, cazar, hacer la guerra” en El erotismo, España, Tusquets, 1997, Pág. 81.
[3] El concepto de campo de batalla ha cambiado. Hiroshima y Nagasaki tal vez funcionen como ejemplo de esto.
[4] Bataille, Georges, Ob.Cit., Pág. 85.

El poder del cuerpo y del dolor. (Parte II)


El castigo del Cuerpo. Foucault.

Vigilar y castigar, la historia del castigo. Un momento importante atraviesa esta historia: la desaparición del espectáculo punitivo. Una función didáctica que resultó fallida y sospechosa [1]. El castigo deja de ser teatro para volverse algo más secreto. Desmenuzar como a un atún a un hombre resulta no sólo asqueroso sino inmoral. La condena es la que pasa a ocupar el centro de la cuestión y la que alivia el escándalo. La ejecución se vuelve vergonzosa. Hay que taparla.
Se abre un debate que empieza a pensar si es realmente válido utilizar la pena de muerte. El concepto de verdad pasa a ser crucial. ¿Quiñen juzga, castiga y perdona? Por su parte, la violencia deja de pasar por el castigo sobre el cuerpo mismo del condenado. “El castigo tenderá, entonces, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal.” [2]. Este ocultamiento del castigo, este castigar a puertas cerradas, trae consigo un conjunto de problemas. Foucault resalta que este abandono del dominio de la percepción casi cotidiana del castigo implica pasar al dominio de lo abstracto. El sistema penal y burocrático basa su mecánica ejemplar en la eficacia de que el individuo será castigado sin la necesidad de que veamos su suplicio. El preso entra en un sector autónomo del que se encarga el aparato legal. Lo poco glorioso del castigo en público se resuelve generando un castigo que funcione dentro de una conciencia abstracta y alejada. Este sistema burocrático, también fue pensado por De Certeau (otro Michel): “Es el <<reino de lo anónimo>>, una <<tiranía sin tiranos>>: el régimen burocrático. Este sistema de alienación universal reemplaza a los responsables por los beneficiarios y a los sujetos por los explotados.” [3]. De Certeau piensa en este nuevo sistema en el que el sujeto se ve perdido en un universo kafkiano en el que el amo y dueño tira la piedra y esconde la mano. Pero cuidado! porque “los amos ocultan su violencia en un sistema universal y obligatorio.” [4]. Este sistema, que en su obligatoriedad y “universalidad” posee violencia. “Existe la violencia que reside en toda obligación del individuo para con la sociedad. Por eso es justo decir que hay una violencia de la ley, de las leyes, una violencia de las policías, del Estado, del derecho (…) sufrir la obligación de una norma puede ser sentido como un enfrentamiento con la violencia.” [5], bien lo dijo Barthes.
            El paso del castigo público al castigo a puertas cerradas tiene su consecuencia. Se cambia el objeto directo de “castigar”, antes era el cuerpo, ahora es el alma. Lo abstracto también aparece en la concepción de qué es lo que se debe castigar o cómo. Fue la aparición de un grupo de saberes la que posibilitó el desarrollo pleno de este mecanismo. Foucault pone en escena a los psicólogos y psiquiatras que trabajan con el discurso del loco [6] y del criminal. Son ellos quienes poseen el saber habilitado para determinar si la persona a castigar tiene cura o no la tiene, y de tenerla cómo hacer para reinsertarla en el sistema otra vez. Ortopedistas morales diría Foucault.
El saber empieza a jugar un papel importante para castigar el alma, para hacer funcionar una lógica de penalidad incorporal. “Los jueces, poco a poco, pero en un proceso que se remonta muy lejos, se han puesto a juzgar otra cosa distinta que los delitos: el ‘alma’ de los delincuentes.”[7]  De todos modos el poder no se limita a prohibir. El poder es también un campo de positividades ya que, donde hay poder hay resistencia. El poder es algo que está entre todos y no se posee, sino que se ejerce para hacer el bien o el mal a otros, como dijo Nietzsche; funciona dentro de un sistema del cual es quizás el combustible, ya que permite el desarrollo de las jerarquías y de los estatutos de poder clásicos como la escuela, las academias, los hospitales y claro, las penitenciarias en las que se ejerce el poder del castigo [8]. “Existe la violencia que concierne a los cuerpos de los individuos: consiste en limitar la libertad de ese cuerpo y se la podría llamar violencia carcelaria, o bien violencia sangrienta, la de las heridas, asesinatos, atentados.” [9], aun eliminando el espectáculo punitivo y quitando del ojo del problema el castigo corporal: ¿Existe castigo que no remita directa o indirectamente al cuerpo? ¿Cómo podemos pensar que el encierro no afecta al cuerpo? La verdadera pregunta sería, en fin: ¿Existe castigo sin dolor? “La violencia toca nuestro cuerpo” [10]. Resulta entonces imposible huir de ella, que, como una mancha de aceite, se expande. “Si uno quiere desprenderse de la violencia hay que tener un pensamiento de ausencia de poder (…) Si uno está contra la violencia, hay que llegar a tener una ética, firme en sí misma, fuera del poder, y no ponerse en situación de participar del poder.” [11]. El “universalismo anónimo de la ciudad, de la cultura, del trabajo o del saber.” [12] ocupa, para De Certau, un rol importante en el desarrollo de la violencia, ya que desarrolla la imposibilidad de producir la alteridad, de presentarse como diferente. A esto la solución que él propone es la lucha, la lucha como ejercicio de la violencia para dar con un fin positivo. “Lo que es cierto es que la violencia indica un cambio necesario (…) sólo una lucha puede hacerse cargo de lo que la violencia se contenta con significar y de lograr un trabajo articulado sobre sus fuerzas.” [13]. Algo a lo que, probablemente, Barthes respondería: “¿Cómo limitar la violencia sino mediante otra violencia?” [14].


Notas

[1] También es importante resaltar que el autor destaca como cambio en la experiencia punitiva el paso de la tortura como espectáculo didáctico al uso de la guillotina en la Revolución Francesa, cuyo objetivo era quitar la vida tratando de eliminar de este hecho la sensación de goce. Esto a su vez tiene relación con la propuesta básica de la Revolución, que implicaba desterrar todo sistema monárquico y todo aquello que tuviera que ver con él.
[2] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, Pág. 18.
[3] De Certeau, Michel, “El lenguaje de la violencia” en La cultura en plural, Nueva Visión, Buenos Aires, 1994, Pág. 75.
[4] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 74.
[5] Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág.2 Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág. 262.
[6] Cf. Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquets, Argentina, 2008.
[7] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Pág. 28.
[8] Lo cual no quiere decir de ninguna manera que en los otros estatutos no se ejerzan el poder del castigo. Desde el jardín de infantes, cuando se castiga a un niño mandándolo solo al rincón, hasta la violenta internación psiquiátrica de un paciente descompensado, pasando por todos los lugares en los que haya relaciones entre personas, siempre habrá poder y siempre estará el acto del castigo o su potencial. Sin embargo optamos por pensar que el servicio penitenciario es el ejemplo más explícito de esto.
[9] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 262.
[10] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.
[11] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 263.
[12] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 76.
[13] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 78.
[14] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.

El poder del cuerpo y del dolor.



¿A quién llamás malo?

“Cuando hacemos bien o mal a otros, ejercemos sobre ellos nuestro poder, sin desear otra cosa. Haciéndoles mal, lo ejercemos sobre aquellos a quienes necesitamos antes que nada hacérselo experimentar; para este fin; el dolor es un medio mucho más sensible que el placer, pues el dolor pregunta siempre las razones, mientras que el placer se inclina a no considerarse más que a sí mismo sin mirar más allá”. [1]

    Quiero pensar en el sustantivo violencia. Ese que de tan amplio desprende miles de aristas. Quiero ejercer la violencia de recortar las apreciaciones sobre ella. Desparramar la palabra violencia en cualquiera de sus posibilidades. Elijo sólo algunas, arbitrariamente no, las elijo porque me son útiles. Porque desconozco muchas y desprecio otras.
    Empiezo por donde violentamente quiero y encuentro el origen de la violencia en la distinción entre buenos y malos. Pienso, los buenos no son violentos porque sino pasarían a ser malos. Qué es ser bueno es algo que ha ido mutando. Hay características del malo que aun se mantienen.
Los buenos han sido maestros de los malos. Les han podido marcar con rojo la hoja y condenarlos al Infierno. Les han mostrado por dónde había que caminar.
El bueno puede castigar. Es aquel que puede, puesto que su bondad lo habilita, marcar la línea divisoria entre lo aceptable, lo perdonable y lo que es meritorio de un castigo. “El bueno es juez de sí mismo, y se siente mejor cuanto más grande es la hostilidad que le rodea; sabe que cada gesto suyo es un reproche a los que no podrían imitarle.”
Buenos estableciendo malvados, así, en gerundio. Encontrando enemigos, castigando cuerpos pecadores. Almas completas que pudieron establecer las características necesarias de la maldad. Cuerpos limpios que pudieron ver las manchas del cuerpo mugriento.
Es que el mundo se hace con paja y con trigo, con trigo y paja.
Es cierto que se han establecido normas, a lo largo de la historia, que fueron permitiendo diferenciar de forma cada vez más nítida al cuerpo condenado, pero también es cierto que esa nitidez ha estado sujeta a las necesidades de su época. Estirar el cuerpo de un criminal con la rueda era un espectáculo que reunía a mucha gente en las plazas de la monarquía francesa, pero que tres siglos después resultó imposible de ver en público. En vivo.
La violencia como herramienta de corrección y castigo sigue vigente. Declarar cadena perpetua a un asesino es violento, como así también es violento quitarle la vida a un hombre. Dos violencias distintas, claro.
Existen violencias permitidas y avaladas que sirven para ajusticiar el cuerpo. Donde hay castigo hay cuerpo, pero antes hay diferenciación. Un discurso. No se castiga a un hombre bueno, se castiga a quien se considera malo. Tal vez hoy, pensar la idea de maldad sea un poco exagerada. Podrán decir que un criminal no tiene que ser necesariamente malvado. Estarán en lo cierto. Sin embargo se le aplicará un castigo y ciertas características necesarias para justificar ese castigo. Tres siglos atrás se le hubiese cortado la mano si con ella hubiese tomado algo que no era suyo. Hoy esa cuestión se soluciona en el sistema judicial. Puertas adentro.
¿Existe un origen utilitario del adjetivo “bueno” tal como lo pensó Spencer?
No hay buenos sin malos. Como en cualquier sistema el valor de cada uno se ajusta por el valor del otro. Establecer reglas para que el juego del castigo comience es necesario. Es completamente necesario dividir a sus jugadores. Algunos estarán destinados a perder para que otros puedan ganar. Y no importa quién realmente sea noble, sea bueno. Los ejemplos de los santos, tal como lo pedía Ingenieros, suelen caer ante los sutiles razonamientos de los sofistas.
Quienes ganan no pueden ser malos. Aunque sólo tengan de buenos una máscara, un adjetivo. La verdadera nobleza no pide nada a cambio. No exige diferencia. No le teme a la mezcla ni goza con la existencia de la maldad. Pero eso no importa. Para castigar hay que dividir. Bueno y malo. Dotar de características a ambos y punto final.
           Para repasar la violencia, entonces, hay que reparar en aquellos que pensaron y establecieron las reglas que delimitaron lo que estaba bien y lo que no lo estaba. Y con esto no sólo partir hacia la historia de la hostilidad sino también a la de la discriminación.

Notas:

[1] Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Gráfico, Buenos Aires, 2004, Pág. 33.
[2] Ingenieros, José, Las fuerzas morales, Losada, Buenos Aires, 1993, Pág. 70.

Dios salve al enemigo.



“Quiero que los maten a todos. Que tiren una bomba como en Nagasaki y que los pobres vuelen en el aire como los japoneses. Eso quiero. Muy buena la radio.” Cacho de Olavarría

            Es que una solución fácil, un deseo primitivo, es la eliminación de la pobreza con el aniquilamiento de su rostro más visible: el pobre. Un deseo que muestra que ese, aquel, es un enemigo identificado y que hay que aniquilarlo. La construcción del enemigo es un lugar que tranquiliza, que resuelve el problema, disuelve las diferencias y elimina las contradicciones posibles. Identifico el problema, construyo el enemigo, mato al enemigo, soluciono el problema. Lástima que la lógica o el sistema formal a veces poco tenga que ver con las cuestiones del mundo.
            Pero si resolvemos mirar al otro como un par y no como a un enemigo el problema se complejiza a nivel exponencial. Es que cuesta ver al que identificamos como diferente como un igual. Cuesta y tal vez ahí esté el verdadero problema, sólo que ahí no puede ponerse una bomba. No puede hacerse volar los prejuicios con una bomba. Qué lástima.
            La construcción del otro como enemigo, como enemigo a exterminar, es una historia de siempre. Historia en la que mueren inocentes, obvio, pero en la que se callan ideas o conceptos fuertes. El que muere es un muerto, un cuerpo. Una persona que queda anulada en su condición de vida y pasa a ser una víctima. Se puede rescatar su edad, agregar que era buena persona, tal vez sumarle los hijos. Ahora, qué hay detrás, a pocas cabezas le importa.
            Pobreza. El pobre. No tener plata, no tener trabajo es conclusión de no querer tener. Primera mentira gigante. Y en esa mentira construida para no ver, no se ve la complejidad de un sistema desigual, la violencia de las diferencias. En ese precepto base se mete el concepto preferido por los medios de comunicación: la Inseguridad. Inseguridad es no estar seguro. Estar seguro implicaría no tener miedo, estar tranquilo. El miedo que trae la palabra inseguridad es el robo y la muerte. Tengo miedo de que me maten, de que me roben lo que conseguí trabajando. Que un pibito me saque el Peugeot 206 que me compré con la guita que ahorré con años de trabajo. A eso le tengo miedo, a que lo siniestro aflore. A que ese enemigo agazapado en las villas de emergencias me quite lo mío, lo que es mío. No le tengo miedo a que los demás, yo incluido, le hayan quitado los derechos, hayan violado su inserción a la educación, le hayan vedado la posibilidad de laburar y que encima lo hayan rotulado como delincuente. No, a eso no le tengo miedo. Le tengo miedo a las medidas sociales que quieren incluir a esos pibes en la misma sociedad de la que yo, ¡yo!, formo parte. Le tengo miedo a que las diferencias se borren, porque me gusta distinguir la paja del trigo. ¿Qué voy a hacer si me quitan al enemigo? ¿Qué vamos a hacer si le dan enter a la máquina que pone en funcionamiento la mezcla? Quiero ser diferente y para eso ser indiferente. No, no podemos vernos como iguales.
            Dios no salva al enemigo, al enemigo lo salvan los hombres. Al enemigo lo construyen los hombres. Lo arman y le dan la forma de lo siniestro, lo que no quieren ver pero aflora. Surge. Y ese enemigo, esos enemigos, son personas, hombres, mujeres, chicos, que luchan con sus formas por salir de ese maldito lugar. Y a veces agarran armas y descargan la violencia que durante años les cargaron encima. La violencia que ven a diario, que sufren a diario. Grande y pequeña. La mirada que rechaza, la palabra que juzga y condena. A veces cargan un fierro y lo vacían. Y eso que parece un horror, un robo seguido de muerte, es algo complejo. Una maraña de alambre de púa que nadie quiere animarse a desenredar.
            Y a ese enemigo lo veo a diario. Veo cómo es bien identificado en los asesinatos. En los secuestros. En el Parque Indoamericano. Lo encontramos en una tonada, en el color de la piel, en el apellido, en el partido político, en el oficio. Lo identificamos constantemente y en todo lugar. Lo identificamos y nos salvamos mágicamente de las contradicciones que nos pueda causar. Segregar es una mala siembra y uno cosecha, siempre cosecha lo que siembra.
            Pensar en el mundo como en un silogismo es algo que nos ha resguardado a muchos burgueses y oligarcas en nuestras casas con nuestros sillones cómodos, pero que ha causado -y seguramente seguirá causando- mucha tristeza y mucha violencia

Memento


Quisiera ver el quiebre, porque entenderlo sería demasiado. Ver la grieta que separó desprolijamente el asfalto. Entender que esto es la redacción de un texto que por no haber releído me condené a encontrar hasta siempre.
De haber visto la letra molde, la bastardilla y lo que estaba subrayado…
Vi romperse el edificio de enfrente primero. Mi ventana, el televisor en el que vi las paredes desplomarse de apoco. Molestas de hacer algo que no querían, se desparramaron fastidiosas. Casi en silencio. Los vidrios y las ventanas acompañaron la caída como duros paños transparentes. Se rompían como la escarcha. Sólo se escuchó el impacto de las partes unas vez que éstas abrazaron completamente la calle. Animales y personas habían abandonado el edificio antes de la caída. No hubo muertes, pero la televisión dijo que ninguno había salido completamente ileso de la ruptura.
Al edificio de enfrente le sucedió la casa de al lado. Murió de apoco. Empezó por mojarse mucho en una tormenta fuerte. Después de eso, simplemente no resistió el agua. Como si sus paredes, puertas y ventanas fuesen de cartón, la casa absorbió toda el agua que pudo. La maqueta mojada y sin forma empezó a secarse con el sol que le sucedió a su muerte y, como los nervios de la carne, tomó una forma eléctrica. Desapareció no mucho después de haber dejado  de ser una casa. Se volvió montón de nervios entre el estómago de la grieta.
Y a ésta le siguió el negocio de la esquina. Se derritió por culpa de un calor terrible. Sus paredes de gelatina se desparramaron lenta e insidiosamente por todo el barrio. Cubrió su mugre las calles y las calles su mugre se comieron.
Después fue la casa del otro lado. Simplemente se destruyó. Un día a la mañana, de ella sólo quedaban escombros. No pude ver el proceso y los escombros se adjuntaron a todo el barrio que era mugre.
Y la gente, la gente se iba, se iba antes de que todo se volviera polvo, agua o cartón mojado. Sólo quedaba mi casa y en ella sólo quedaba yo.
Hasta que un día el asfalto también empezó a romperse. Una grieta enorme empezó a separarme de un mundo ya vacío. No había nada a mí alrededor, pero esa grieta me estaba separando. Me recluía aun más.
Un lugar desplomándose a mis pies y yo tranquila. “Esto también pasará” estaba grabado en el anillo de un rey etrusco. No siempre pasan las cosas, algunas se quedan y para siempre. ¿Sabría eso el rey?
Mi casa tenía que caer. Y cayó.
Las grietas de la calle eran cada vez más intolerables, su hambre devoraba todo aquello que encontraba. Su estomago se hacía cada vez más grande. Todas las ratas que hasta entonces vivían en los terrenos baldíos fueron a dar a mi casa. Como había dos plantas, me recluí en la pieza de arriba. Junté comida, libros, papeles importantes y un teléfono. Cerré la puerta y pensé en el rey etrusco. Las ratas comenzaron a comerse las cosas y cuando las cosas se acabaron sentí cómo comenzaban su festín con las paredes. El tiempo es finito para el existente, pero la Existencia trasciende, trasciende el cuerpo, la materia y se instala en ella misma… maldito el rey y maldito su anillo.
No se cayeron las paredes, pero las ratas empiezan a querer subir. Se acaba la comida para ellas, pero también para mí. Tengo el teléfono y un número que quisiera marcar, pero ya no es el momento de pedir. Recluida en la habitación pienso que hubiese sido mejor llamar antes. Las ratas golpean mi puerta, insisten en comérselo todo. Por la ventana ya no veo ninguna grieta, sólo el vació. Lo que era grieta se volvió estómago. Desea devorarse todo. Mi casa no va a caer, no hasta que yo me vaya. Ninguna casa se cayó antes de que alguno de sus habitantes se fuera, menos con alguno de ellos adentro. ¿Por qué? ¿Y cuánto tiempo podrá eso valer para mí? Las ratas no van a tardar en entran y cuando entren me van a comer a mi primero. Ansiosas de carne seré para ellas tal vez, en este vacío, su última cena. Tal vez eso es lo que esté esperando la casa, la grieta.
Recuerdo el carro de los romanos en su gloria. Recuerdo al gran romano entrando por el arco de triunfo. Lo recuerdo con su gloria, con su victoria. Recuerdo al hombre que detrás de él le susurraba Memento mori.
Lamenté en un segundo toda la angustia y los rencores que estaban guardados en esta habitación. ¿Por qué mi último momento era acá, era sola? Odie mi odio y me odie. Me odié con pasión, con la pasión de quien busca a su redentor en su último momento. Me dirigí despacio hasta la puerta, me paré enfrente de ella. Volví la cara hacia la ventana y hacia la habitación. Las paredes mostraban las metástasis. Siempre habían estado ahí las manchas, una suerte de avisos luminosos, sólo que yo las veía por primera vez. Fue un segundo largo.
Las ratas no me iban a comer, pero no se por qué razón, enojada y llena de ira y de remordimientos, abrí la puerta. Entonces las vi y recordé lo que me habías dicho antes de dejar mi casa. Respice post te! Hominem te esse memento!
La victoria está en saberse muerto. 

Banal


I
Y el mundo puede ser banal y continuar con sus cambios. Puede seguir y aumentar su ritmo. Y puede ser atroz. Puede ser redundante, puede ser triste, puede ser infinito. Y todo al mismo tiempo. Su felicidad, su apariencia y la muerte. Una cabeza llena de bichos, el cuerpo marcado. La ropa nueva. Un libro que apenas puedo abrir. El habla fragmentada. El cuerpo que se pudre despacio. Y todo le cabe al mundo. Todo es mundo y se hace mundo en la continuidad. ¿Por qué quiere detenerse su carne? Está ahí sentada en el autismo. Colgada del cielo maldito que molesta con llevarse su cabeza. ¡Qué se lleve todo! Que no nos deje nada. Que se abra la tierra y la aleje de dolor de ver la redundancia de un mundo que junta paja y trigo, trigo y paja.

II
Llego a la calle Paso. Abro la puerta desesperada y paso al acto de la habitación. La veo ahí y comprendo que estar muriendo es un verbo que existe. Me siento del lado que ella puede verme, el derecho. Ya no es ella y lo es. ¿Quién fue el que le quitó lo que ahora le falta o el que le agregó el gerundio al verbo estar? Le doy las flores que compré en la calle 25 de mayo. Dos semanas después enfrente de esa florería voy a leer tu nombre escrito en una cajita y voy a entrar a la ceremonia de tu cuerpo muerto. Y cuando la ceremonia termine, voy a ver esa florería desde la ventana de un coche que sigue al coche que lleva tu nombre completo, que lleva la caja que lleva tu cuerpo. ¿Tan chico es Chivilcoy? Pueblo de mierda que no me importa sin vos. Es un día horrible. Te muestro las flores. Apenas las tocás. Te sonreís. La última vez que escuchaste mi voz por teléfono te reíste. Yo del otro lado lloraba, lloraba como si me arrancaran todo el recuerdo. Tu felicidad esta vez, fue mi tristeza.
Tiene la cabeza podrida. Llena de bichos. Bichos cuyos nombres todo el pueblo desconoce. Odio cada lugar que fue nuestro, los odio porque nunca quise que fueran sólo míos. La plaza Mitre, la plaza principal, odio las avenidas. Todo Chivilcoy se volvió para mí un mar de odio. Te mató ese pueblo. Los canallas te mataron la cabeza.

III
Todo te lo tragaste, todo fue a dar a tu estómago de pasado. Y no pude buscarlo. No supe rescatar lo que no quería que te lleves, no supe retenerlo. Todo lo que era mío fue tu alimento. Nada esperó delante de la gula. Y tuve que ver los pedazos injuntables en el suelo. Tuve que ver el final en eso que aun no terminaba. Te vi en sus ojos y no supe quitarte del medio. No supe sacarte de donde no tenías que estar. Y supe de tantas cosas que resultaron inútiles. Me tiraste en la cara todo. Y no alcancé a reprocharte nada. Donde estaba el cuerpo ahora no había nada, nada. Tuve que entrar a la habitación vacía, ver los muebles, las ropas que de ella dependían. Todo estaba lleno y todo fue pedazos. Me punzaron sus objetos recordándome que ahora eran huérfanos.
Y no me abandonaste, estás acá recordándome que var a llegar el día en el que olvide su cara y no tenga un solo lugar en donde ir a buscarla. Te vas a quedar conmigo para recordarme que va a llegar el día que no pueda oír su voz en mi cabeza. Acá te vas a quedar para ser la palabra escrita en el cuerpo.

IV
Dijo: “Llevate cuerpo mi muerte” y entonces se quitó la vida y tuvo que venir la muerte. Venir a cargar un cuerpo apurado.

V
Mundo con la n de gerundio. Mundo que no importa si no para. 

martes, 24 de enero de 2012

Dejar a un hombre sin tumba.


Bin Laden asesinado por el ejército estadounidense. Una operación aprobada el 29 de abril del 2011 por el presidente del Imperio y Nóbel de la Paz, en la que un grupo de elite dio fuego contra Bin Laden, su hijo, su hermano y su mujer. Los tres primeros muertos. Dicen que sólo la mujer estaba armada y que nadie, salvo un grupo reducido, conocía de esta operación. El mismo John Brennan comentó, en una rueda de prensa, que ni el propio gobierno de Pakistán estaba enterado. En silencio y rápido, el Imperio arremetió contra la cabaza de su enemigo. Dos balazos. Uno en la cabeza y otro en el pecho.
Se conoció la noticia, pero no se conoció el cadáver. Algunos esperábamos que Obama entrara a la White House en carreta, coronado de laureles, con la cabeza de Osama en las manos y un jorobado atrás diciéndole: “ahora el mundo está más seguro”. Algunos creímos que, después de asesinar a un hombre sin juicio, ese espectáculo era posible. Si Obama podía festejar contento el “ajusticiamiento” que, camuflado por ese bendito destino manifiesto, escondía una medieval ley del talión, por qué no mostrar el cuerpo.
Mostrar el cuerpo, el cadáver del enemigo era en parte mostrar la victoria de la batalla ganada. El cuerpo signado por la muerte de dos disparos era la bandera que muchos esperaron ver flamear desde los medios. El cuerpo de Red Skull no estaba, pero antes que tuviesemos miedo de una segunda parte, un cuerpo fue arrojado al mar.
Sin el cadáver se levantaron teorías conspirativas. La primera fue pensar que el líder de AlQaeda no estaba muerto. Una teoría algo complicada. Sería algo triste para el lider de Los Vengadores que un día, como quien no quiere la cosa, Bin Laden reaparesca vivito y coleando. En fin, alegar una muerte que no sucedió es meterse en una mentira peligrosa y desmentible. Otra, parecida, fue pensar que ya estaba muerto de antes, y que Estados Unidos montó una pantomima (no sería la primera vez, un día tiró dos bombas atómicas sólo para que Japón se rindiera ante ellos y no ante Rusia) para cargarse la victoria de asesinar al villano. Ahora bien, más allá de cuál de estas teorías pueda ser verdadera o cuál mentira (o quién efectivamente sea en esta viñeta Rick Jones o Barón Zemo), lo cierto es que lo que se vio fue un cuerpo echado al mar. Sepultado en el mar, dijeron.  Y fue el querido Brennan (Harvey Dent) quién aclaró que el entierro en el mar fue para seguir con la cultura islámica, pero que en verdad ningún país quería tener enterrado el cuerpo de Bin Laden. No sea cosa que el Adhesivo X se desparramara por la tierra.
Lo dejaron sin tumba. Lo tiraron al mar. Lo mataron sin juicio. Lo condenaron con sus leyes a puertas cerradas. Autorizaron la operación que iba a matarlo en su propio país. Acusaron a Pakistán de protegerlo y festejaron su muerte como la victoria de una Nación. Metieron al mundo en todo esto y alegaron que ahora estábamos más seguros. Claro, más seguros ahora que el Imperio consiguió afanarse la cabeza del grupo que más nervioso los pone.
Se pudieron ver por televisión las imágenes que cuidadosamente se filtraron de esa operación. El mundo entero recibió las palabras de Obama sobre la muerte de Osama. Y en ese relato, de imágenes y palabras, pudimos reconstruir la historieta que narró el ojo por ojo, que volvió a dibujar una analogía con Marvel (¿O es al revés?). Se pudo leer una narración compleja en la que los buenos mataban sin ser asesinos, en la que los buenos festejaban un acto injusto. Una narración dura que justifica muertes con muertes, violencia con violencia, sangre con sangre. Una historia en la que el bueno no es tan bueno, en la que se pervierten los hechos y en la que el fin (ese que sólo beneficiará a unos pocos) justifica los medios.

lunes, 23 de enero de 2012

Yo quiero esa bandera.



“Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos de Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.”[1]

En una vidriera de un local de ropa vi una remera. Una remera que con lentejuelas rojas, blancas y azules formaba la bandera del país del Capitán América. La bandera del traje de la mujer Maravilla, del país de grandes escritores -Faulkner, Poe- la de grandes músicos de jazz. La vi y pensé en quién podría usar una remera con una bandera de los Estados Unidos. Un estadounidense. No, un argentino. Una argentina, o cualquier persona de cualquier país.
La remera es inofensiva y sin embargo puede no serlo. ¿Sabrá eso quien la porte? Ver a Jim Morrison envuelto en la bandera de su país es algo que desde afuera no necesariamente puede leerse mal. Es su país y es su bandera. Ahora bien, ¿Suena raro que yo, argentina, nacida en Buenos Aires, use unas zapatillas que emulan en su lona la bandera yanqui? No, seguramente no. Seguramente sea genial y muchos –por suerte no todos- de aquellos que me vean, van a entender que estoy en consonancia con el Imperio. Claro, bueno, no, no con el Imperio, con USA.
Cipayo es aquel que vende su identidad nacional. Soy un cipayo si se la vendo a Paraguay, a Ucrania o a Estados Unidos. Y que el último sea una gran potencia no apacigua la venta, en mi opinión la aumenta. Por qué? Oh, maldita historia que demuestra y demuestra que nacimos como latinos y no como americanos. Que lastimosamente ese Estado benefactor, de ideas progresistas, ese Estado que libró la primera revolución y que inauguró una Constitución  moderna, pocas veces nos consideró como hermanos. Hasta incluso se mantuvo inmóvil en la revolución bolivariana de principios del siglo XIX.[2] Y ni hablar de la Revolución que frenó en Haití por miedo a una revuelta de esclavos a principios de ese mismo siglo (1791-1804)[3]. O basta recordar el discurso inaugural de Lincoln en 1861 para entender que la economía del país se iba a sostener con esclavos y sin revueltas. Pero bueno, no es la idea hablar de la historia de Estados Unidos que es larga y compleja como la de cualquier país de esta tierra.
            Solamente pienso en la bandera incrustada en la remera de un latino. Pienso que la mayoría desconoce que la bandera se levanta en las batallas, que simboliza al país, a su parte cultural y para un extranjero, simbólicamente, la bandera es la política exterior. Yo veo la bandera de Estados Unidos y bien puedo pensar en Mc’Donals, Coca-Cola o en Jefferson asesino de indígenas, en Robert McNamara, en el Washington pro esclavista, en Truman, en Nixon, en el bondadoso Kennedy, en Ma Lay o en Guantánamo. Esa bandera trae a mi mente la lucha por los derechos humanos en los ’60, pero también la sangre de Corea y de Vietnam. Pienso que esa bandera es la que se defendió durante la Guerra Fría (aunque lo que se defendía, tal vez, era una política económica que sólo favorecería al Monstruo). Y aunque, repito, la historia de Estados Unidos es larga y obviamente compleja, para mi, argentina, esa bandera está manchada con mucha sangre. A esa bandera obedecieron los oficiales de las dictaduras en los ’70 en América Latina. Obedecieron ellos al Plan Cóndor y protegieron a Estados Unidos de la revolución ideológica de Sudamérica. Protegieron a Truman contra el enemigo comunista y de paso cañazo destruyeron la economía nacional favoreciendo la extranjera. Entraron sillas importadas y se cerraron fábricas. Genial, muchas gracias.
            No es cuestión de hundir con la historia a Estados Unidos porque probablemente sea más difícil de lo que uno piensa. Es sólo pensar que el colonialismo yanqui no sólo está en los marines o en las medidas económicas y políticas. El colonialismo se filtra fuerte, muy fuerte, por las grietas del individuo que ignora, que se pone la bandera de un país que no es el suyo y del que desconoce su historia. Cada vez que veo una bandera yanqui insertada en la vestimenta de algún latino pienso que es un reverendo imbécil. Que es un cipayo, que se deja convertir en soldado de un imperio que jamás lo dejará entrar a sus entrañas, porque no es WASP, porque es un “sudaca y narcotraficante”. Qué boludo es el que entrega la soberanía de la identidad nacional, eso pienso y me da tristeza. Pero además, gracias a boludos como esos los hechos se distorsionan tanto que Estados Unidos termina reducido al rótulo de “primer mundo”. Y probablemente sean pocos, muy pocos los que sabiendo la historia de Estados Unidos para con nosotros (digo, ya que vamos a ponernos la banderita de ellos) digan que sí, que están orgullosos de ponerse la bandera que se levantó en la Segunda Guerra mundial contra el fascismo -aunque muchos saben que “Roosevelt tenía tanto interés en terminar con la opresión de los judíos como Lincoln en erradicar la esclavitud durante la guerra civil”[4]. De ponerse la bandera que se enarboló para acabar con casi 2 millones de coreanos en la guerra contra Corea, la del país que invadió a Guatemala con el pretexto de salvar la democracia, la que flameó desde los B-29 que bombardearon Hiroshima y Nagasaky dejando cientos de miles de muertos en el acto. Esa bandera que estuvo presente en la guerra de Vietnam, que construyó el enemigo comunista y aniquiló a miles de cabezas pensantes en toda Latinoamérica. La que representa a la Nación que destruyó la economía de mi país durante los 70; la que mantuvo a Cuba bajo su dominio hasta la Revolución y que hasta el día de hoy  sigue con la saña de aniquilar la isla. Ese rojo, blanco y azul, que combinados en bandera americana llevaron acabo las más grandes atrocidades que un Imperio puede lograr hacia aquellos que no han nacido dentro de su dominio.
            Pero bueno, más allá de todo cada vez que vea una remera o unas zapatillas con esa bandera voy a pensar que ese que la lleva tiene la estupidez necesaria para convertirse en el más obediente cipayo, en el más delicado marín. Que tiene el coraje de creerse un poco estadounidense, un poco americano. Que camina por esta Buenos Aires tercermundista con la nariz levantada sintiendo que cumple con el mandato imperialista, llevando hasta al más oscuro extremo el colonialismo vende patria.



[1] Galeano, Eduardo, Las venas abiertas de América Latina, Montevideo, Ediciones del chanchito, 1999, Pág. 2.
[2] “Cuantos escritores han tratado la materia se acuerdan de esta parte. En consecuencia, nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son reciprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos (…)” en Carta de Jamaica, Simón Bolívar, Kingston, 6 de septiembre de 1815. Versión digital en: http://es.wikisource.org/wiki/Carta_de_Jamaica
[3] Carpentier tiene una versión excelente de estas fechas en su obra El reino de ese mundo.
[4] Zinn, Howard, “¿Una guerra popular?” en La otra historia de Estados Unidos, México, Siglo XXI, 2006, Pág. 304.