miércoles, 22 de febrero de 2012

El poder del cuerpo y del dolor. (Parte II)


El castigo del Cuerpo. Foucault.

Vigilar y castigar, la historia del castigo. Un momento importante atraviesa esta historia: la desaparición del espectáculo punitivo. Una función didáctica que resultó fallida y sospechosa [1]. El castigo deja de ser teatro para volverse algo más secreto. Desmenuzar como a un atún a un hombre resulta no sólo asqueroso sino inmoral. La condena es la que pasa a ocupar el centro de la cuestión y la que alivia el escándalo. La ejecución se vuelve vergonzosa. Hay que taparla.
Se abre un debate que empieza a pensar si es realmente válido utilizar la pena de muerte. El concepto de verdad pasa a ser crucial. ¿Quiñen juzga, castiga y perdona? Por su parte, la violencia deja de pasar por el castigo sobre el cuerpo mismo del condenado. “El castigo tenderá, entonces, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal.” [2]. Este ocultamiento del castigo, este castigar a puertas cerradas, trae consigo un conjunto de problemas. Foucault resalta que este abandono del dominio de la percepción casi cotidiana del castigo implica pasar al dominio de lo abstracto. El sistema penal y burocrático basa su mecánica ejemplar en la eficacia de que el individuo será castigado sin la necesidad de que veamos su suplicio. El preso entra en un sector autónomo del que se encarga el aparato legal. Lo poco glorioso del castigo en público se resuelve generando un castigo que funcione dentro de una conciencia abstracta y alejada. Este sistema burocrático, también fue pensado por De Certeau (otro Michel): “Es el <<reino de lo anónimo>>, una <<tiranía sin tiranos>>: el régimen burocrático. Este sistema de alienación universal reemplaza a los responsables por los beneficiarios y a los sujetos por los explotados.” [3]. De Certeau piensa en este nuevo sistema en el que el sujeto se ve perdido en un universo kafkiano en el que el amo y dueño tira la piedra y esconde la mano. Pero cuidado! porque “los amos ocultan su violencia en un sistema universal y obligatorio.” [4]. Este sistema, que en su obligatoriedad y “universalidad” posee violencia. “Existe la violencia que reside en toda obligación del individuo para con la sociedad. Por eso es justo decir que hay una violencia de la ley, de las leyes, una violencia de las policías, del Estado, del derecho (…) sufrir la obligación de una norma puede ser sentido como un enfrentamiento con la violencia.” [5], bien lo dijo Barthes.
            El paso del castigo público al castigo a puertas cerradas tiene su consecuencia. Se cambia el objeto directo de “castigar”, antes era el cuerpo, ahora es el alma. Lo abstracto también aparece en la concepción de qué es lo que se debe castigar o cómo. Fue la aparición de un grupo de saberes la que posibilitó el desarrollo pleno de este mecanismo. Foucault pone en escena a los psicólogos y psiquiatras que trabajan con el discurso del loco [6] y del criminal. Son ellos quienes poseen el saber habilitado para determinar si la persona a castigar tiene cura o no la tiene, y de tenerla cómo hacer para reinsertarla en el sistema otra vez. Ortopedistas morales diría Foucault.
El saber empieza a jugar un papel importante para castigar el alma, para hacer funcionar una lógica de penalidad incorporal. “Los jueces, poco a poco, pero en un proceso que se remonta muy lejos, se han puesto a juzgar otra cosa distinta que los delitos: el ‘alma’ de los delincuentes.”[7]  De todos modos el poder no se limita a prohibir. El poder es también un campo de positividades ya que, donde hay poder hay resistencia. El poder es algo que está entre todos y no se posee, sino que se ejerce para hacer el bien o el mal a otros, como dijo Nietzsche; funciona dentro de un sistema del cual es quizás el combustible, ya que permite el desarrollo de las jerarquías y de los estatutos de poder clásicos como la escuela, las academias, los hospitales y claro, las penitenciarias en las que se ejerce el poder del castigo [8]. “Existe la violencia que concierne a los cuerpos de los individuos: consiste en limitar la libertad de ese cuerpo y se la podría llamar violencia carcelaria, o bien violencia sangrienta, la de las heridas, asesinatos, atentados.” [9], aun eliminando el espectáculo punitivo y quitando del ojo del problema el castigo corporal: ¿Existe castigo que no remita directa o indirectamente al cuerpo? ¿Cómo podemos pensar que el encierro no afecta al cuerpo? La verdadera pregunta sería, en fin: ¿Existe castigo sin dolor? “La violencia toca nuestro cuerpo” [10]. Resulta entonces imposible huir de ella, que, como una mancha de aceite, se expande. “Si uno quiere desprenderse de la violencia hay que tener un pensamiento de ausencia de poder (…) Si uno está contra la violencia, hay que llegar a tener una ética, firme en sí misma, fuera del poder, y no ponerse en situación de participar del poder.” [11]. El “universalismo anónimo de la ciudad, de la cultura, del trabajo o del saber.” [12] ocupa, para De Certau, un rol importante en el desarrollo de la violencia, ya que desarrolla la imposibilidad de producir la alteridad, de presentarse como diferente. A esto la solución que él propone es la lucha, la lucha como ejercicio de la violencia para dar con un fin positivo. “Lo que es cierto es que la violencia indica un cambio necesario (…) sólo una lucha puede hacerse cargo de lo que la violencia se contenta con significar y de lograr un trabajo articulado sobre sus fuerzas.” [13]. Algo a lo que, probablemente, Barthes respondería: “¿Cómo limitar la violencia sino mediante otra violencia?” [14].


Notas

[1] También es importante resaltar que el autor destaca como cambio en la experiencia punitiva el paso de la tortura como espectáculo didáctico al uso de la guillotina en la Revolución Francesa, cuyo objetivo era quitar la vida tratando de eliminar de este hecho la sensación de goce. Esto a su vez tiene relación con la propuesta básica de la Revolución, que implicaba desterrar todo sistema monárquico y todo aquello que tuviera que ver con él.
[2] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, Pág. 18.
[3] De Certeau, Michel, “El lenguaje de la violencia” en La cultura en plural, Nueva Visión, Buenos Aires, 1994, Pág. 75.
[4] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 74.
[5] Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág.2 Barthes, Roland, “Opiniones sobre la violencia” en El grano de la voz, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, Pág. 262.
[6] Cf. Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquets, Argentina, 2008.
[7] Foucault, Michel, “Suplicio” en Vigilar y castigar, Pág. 28.
[8] Lo cual no quiere decir de ninguna manera que en los otros estatutos no se ejerzan el poder del castigo. Desde el jardín de infantes, cuando se castiga a un niño mandándolo solo al rincón, hasta la violenta internación psiquiátrica de un paciente descompensado, pasando por todos los lugares en los que haya relaciones entre personas, siempre habrá poder y siempre estará el acto del castigo o su potencial. Sin embargo optamos por pensar que el servicio penitenciario es el ejemplo más explícito de esto.
[9] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 262.
[10] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.
[11] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 263.
[12] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 76.
[13] De Certeau, Michel, Ob. Cit., Pág. 78.
[14] Barthes, Roland, Ob.Cit., Pág. 261.

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